Irse a otro
país supone generalmente comenzar de cero: nuevas amistades en caso de no tener
a alguien conocido, nuevo trabajo que en la mayoría de los casos no se tiene al
llegar y definitivamente una nueva forma de vida. Las personas que emigran
suelen hacerlo porque van encaminadas a un crecimiento personal y profesional;
sin embargo, en el caso de los Venezolanos del Siglo XXI el emigrar es sinónimo
de huir del caos, de la inseguridad, de no poder conseguir una simple medicina,
de la falta de oportunidades, de la imposibilidad de obtener algo con los muy
bajos ingresos y un largo etcétera que parece ser interminable.
La
incertidumbre por lo que vendrá suele ser algo no muy fácil de procesar, muchas
personas deciden abandonar su país de un día para otro con una maleta, sin
pensar en las consecuencias que esta decisión puede generar. Cuando se
encuentran de frente con la realidad, en ocasiones, no tienen idea de qué deben
hacer para subsistir y mantenerse, lo cual produce rabia, tristeza y
frustración.
Algo por lo
que casi nunca se pasean quienes ya están afuera es el efecto “Familia”,
extrañar a los parientes es lo más difícil para quiénes se van de su país, el
mantener conversaciones por whatsapp, facetime, skype o por otros medios
digitales puede producir una gran depresión, sin embargo, es lo más cercano a
estar juntos que existe mientras transcurre esa etapa de cambio.
Otra cosa
por la que no se pasean frecuentemente quienes se van de Venezuela en estos
momentos, es lo relacionado con la barrera del idioma, el idioma es algo que te
pertenece, lo llevas casi innato, desde mucho antes de tener uso de razón, eso
está profundamente arraigado en tu personalidad hasta el punto de que llega a
condicionar tu comportamiento; aparte de las dificultades profesionales y
comunicativas que generalmente están presentes, el no manejar un idioma con la
fluidez es una de las limitaciones que conlleva una importante carga emocional
para los que se van, de allí que la mayoría está huyendo hacia Colombia, Perú,
Ecuador, Chile e incluso a España mas que a otros países como EE.UU, Italia o
Inglaterra.
Lo más
triste de todo es que los casi 4 millones de Venezolanos que en este momento
están fuera de su país natal, no lo han hecho por gusto o turismo, se han ido a
causa de una feroz hiperinflación que es incontrolable, las oportunidades de
algo tan simple como acceder a un crédito para adquirir una motocicleta no
existe, mucho menos para una vivienda, los empleos para quienes se gradúan en
alguna universidad son de muy bajo salario.
Por otra
parte, no hay sitio de esparcimiento que no implique el aporte de cuantiosas
cantidades de dinero, todo se hace con un esfuerzo extraordinario como comer un
helado o una pizza; ir al cine se ha convertido en una odisea. Dirán que son
cosas que se pueden limitar, pero créanme al hacerlo se está dejando de vivir,
de desarrollarse, de interactuar, de comunicarse y todo eso no es nada
positivo, de allí que la decisión de huir cobra sentido para muchos.
No hay duda
que existen personas de todo tipo, algunos que se han ido por ejemplo a Estados
Unidos y apenas al estar llegando, ir a hacer mercado o pagar la gasolina te
parece divertido o sorprendente, así como cuando ibas de vacaciones con tus
papás, donde pasas algunas semanas fuera de casa y luego regresas a contar las
experiencias.
Poco a poco
descubres que el café no lo hacen como en tu país, que es como aguado, pero
bueno estás abierto a experimentar, pruebas dulces y bocados pequeños aquí y
allá, te disfrutas cualquier actividad festiva como Independence Day, Halloween
o Acción de Gracias y la pasas bien, hasta que caes en la cruda realidad de
darte cuenta que ya te fuiste y entonces trabajas o trabajas, no hay de otra.
Algo que
sucede siempre y muchos no se percatan es lo referente a la comparación,
comparas las celebraciones de donde estés con las de tu país, todo lo que suene
o se le parezca a tu tierra natal te guiña el ojo, terminas uniéndote a todos
los grupos en Facebook relacionados buscando apoyo como inmigrante,
generalmente no te paran mucho, uno que otro, pero más nada. Llega el momento
en que cuestionas si fue una buena decisión emigrar, te da ansiedad a cada
momento, comes a deshoras, un poco de desorden y desespero, duermes extraño,
andas de mal humor seguido, estás triste, te pasan una nota de voz con
cualquier chiste de tu país y lloras en vez de reírte, en fin, estás en una
etapa de adaptación que no muchos la superan.
Lo que nos
está tocando vivir a muchos venezolanos, de verdad es una experiencia de vida,
muy dura por cierto, pero experiencia al fin, algunos estamos creciendo con
ella, aprendiendo a apreciar lo que antes era desapercibido o común y
corriente, aprovechar los momentos en familia, darnos cuenta que nada dura para
siempre y que los hijos se van quizás antes de tiempo.
Estando
fuera con el paso del tiempo logras entender de manera consciente que ya no
estás con tu gente, la de siempre, que tus costumbres han mutado, de pronto
ubicas en la farmacia algunos medicamentos que para ti son imprescindibles pero
que tienen otro nombre, así abres tu mente en búsqueda de nuevas posibilidades
y de pronto una pequeña luz se enciende y surgen motivos nuevos para sentirte a
gusto donde estás.
Eso sí, no
dudes que seguirás extrañando a tu familia, si las cosas se hacen bien
seguramente te darás cuenta que tu trabajo te da la estabilidad que tu país te
negó tanto y eso te impulsa a seguir esforzándote; también seguirás en contacto
con los tuyos, puede llegar el momento en que estar fuera es sinónimo de lucha
por tus convicciones, por tu país y también de perseverancia.
Por el
momento, sabemos que muchos no volverán, quizás otros lo hagan en un futuro,
pero no debemos estar del todo seguros, los que se van y establecen, inician
una nueva vida con la esperanza y la certeza que en Venezuela no tuvieron, lo
que hace darse cuenta de la realidad a la que el Chavismo nos enfrentó, pero
nada es para siempre, la pesadilla acabará y despertaremos a un nuevo amanecer,
así de simple y sencillo.
Reinaldo J. Aguilera R. @raguilera68
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